Por María Carla Genovesi - publicado el 7/7/2024
Las peluquerías son un constante sobre turno. Pienso mientras me tomo un café, esperando a que las dos señoras que estaban sentadas esperando cuando llegué a mi turno de las 4:00pm. Son las 4:30pm mientras las observo desde mi rincón. Una es mayor que yo, pero por unos diez o veinte años. Se cortó las puntas. La otra toma agua y se tiñe las canas. Nos pasa a las dos lejos por edad.
Vine a cortarme el pelo. Lo tenía largo hasta la mitad de la columna. Pero mientras miraba mi celular, encontré una foto vieja en la que lo tenía corto casi por el mentón. La foto tiene como cinco años. Y lucía un bob cut que me había hecho en una visita a Roma. Esa noche me fui a pensar sin poder discernir si lo que me gustaba era el pelo corto, la confianza con la que me pintaba los labios de un bordo intenso o los cinco años menos que tenía. Al día siguiente la duda seguía, pero esta vez me encontraba con tijeras. Con tijeras en mano y un mensaje de mi novio avisando que todavía iba a tardar. Cortarlo hasta los hombros era algo seguro. Total el pelo siempre me había crecido rápido. Tengo el pelo ondulado, cualquier tijeretazo mal hecho, mi pelo lo engarza en una ¨u¨ disimulada; es un pacto que tenemos hace años. Esconde mis crisis enrulándolas. Invisibles. Pero esta vez cuando lo corte hasta los hombros, se veía distinto. En vez el pelo caía chato. El tijeretazo a medio morder, en evidencia. Mi crisis y yo nos miramos al espejo y yo no sabía ni que nombre ponerle. ¿Crisis de que? Estaba todo bien. O en realidad no estaba todo bien, pero todavía no me había dado cuenta. Todavía me miraba al espejo donde el pelo me traicionaba del pacto hecho durante mis veinte, cuando éramos compañeros inseparables. Ahora, estaba muda. Sola, con la tijera en las manos y una crisis huérfana. Ya no podía echarme para atrás, así que le fui de frente. Armada de tijeretazos, fui deshaciendo mechones, buscando razones y desconociendo fantasmas. Pero nadie se hacía cargo. Sonó el timbre. Mi novio ya había llegado. Solté las tijeras y me até el pelo como pude. Un rodete bajo pequeño fue lo que llegué a armar. Más no se podía. Fui a encontrarlo en la puerta, rogando que no se diera cuenta. Si lo lograba, podía bañarme y darle un poco más de forma una vez que se acomode. Quizás necesitaba agua, sí. Logré saludarlo, y meterme en la ducha. Lo sequé como pude con una mano, mientras con la otra buscaba el teléfono de la peluquería de la última vez. Cuando había ido con un flequillo de otra noche impulsiva. De chica me mordía las uñas. Cosa que resolví con las uñas de gel. Ahora parece que cada vez que se me atraviesan los cables, las tijeras me saltan a la mano y empiezan a batallar con mi pelo. Quizás en un intento de cortarme algunos pensamietnos, no lo sé. Saco turno con la peluquería. Para el día siguiente a las 4:00pm.
El rodete lo disimula bastante. Pero mirando mi reflejo, las 4:00pm parece una eternidad. Me dejo el rodete durante la cena. Le comento a mi novio. Me mira enarcando las cejas. Está acostumbrado de mis locuras y a este punto se ríe conmigo. Le recuerdo que me ama, antes de sacarme el rodete. Me dejo el pelo suelto, atenta. Yo sé que mañana se arregla, pero no puedo con la ansiedad. Lo quiero arreglado hoy. Te queda lindo, me dice. Mañana voy a la peluquería. Bien, sí, que lo emprolijen. Está bueno. Seguimos comiendo.
Nos vamos a dormir. Tardo en lavarme los dientes, porque me miro de un lado, y corro el pelo para el otro costado. Agarro las tijeras. Solo unas puntitas más. Quizás si lo emprolijo, no hace falta que vaya mañana. Quizás lo puedo arreglar sola. Esa frase, que tantas veces me impulsó o me abrumó. Corto un poco más. Zafa, pero se ve bastante desparejo en la parte de atrás. No llego. De repente me doy cuenta: mañana en el turno me va a tocar confesar que lo corté mal y me va a tocar escuchar un discurso o seguidilla de comentarios de ¿Qué te hiciste? ¿Por qué lo tenes así? o peor: No, pero así no voy a poder. Si te hubieses cortado menos podría ser, pero como te lo cortaste. Apreto los labios, y bajo la tijera. Apago la luz, para no verme reflejada.
Al día siguiente, llega el turno finalmente. Son las 4pm en punto y yo estoy entrando a la peluquería. A las dos señoras ya las había visto desde lejos. Estaban las dos esperando, con sus cafecitos, mientras en las otras sillas atendían a otras 6 señoras. Nunca entendí las peluquerías. Me apuro para llegar al turno, pero siempre hay gente antes. ¿Será que me dieron un sobreturno? O quizas las primeras llegaron tarde y todo se atrasó. Las señoras todas con revistas. Las que están siendo atendidas, pasan con las toallas en la cabeza, hojeando las revistas del año 2018. Alguna que otra, me mira por el reflejo. Me pregunto cuánto esperan las que están antes que yo, y si tendrán turno.
Llevo el pelo oculto en un rodete. La pierna incesante moviéndose ansiosa. 45 minutos, y solo empezaron a teñir a la primer señora. Las 5:15pm, se fueron dos chicas, y se liberó una silla. Son las 5:30 y me terminé el café. Estoy pensando que en todo este tiempo quizás podría haber visto varios tutoriales de cómo cortarme el pelo en casa y ya habría terminado. En desastre quizás, pero ya habría terminado. Ante la nebulosa de tiempo en la que mi ¨turno¨ , que ahora entiendo es simbólico, caía me puse a reflexionar de por qué me cortaba el pelo.
Pasé a examinar todo lo que me estaba pasando y a prepararme mentalmente para explicarle al peluquero lo que había hecho. Repasando una charla con mi ansiedad sobre por qué sabiendo que tenía turno, igual seguí cortando el pelo. Entonces ahí me di cuenta. Estaba hace más de una hora sentada tomando café, reflexionando de mi vida mientras me preparaba para cortarme el pelo por encima de los hombros. Entendí, o quise creer, que entonces ese era el propósito de los sobreturnos en las peluquerías. No se trata sólo de la practicidad de que alguien de oficio te corte el pelo, sino de todo el tiempo de reflexión y espera que me hizo transitar mejor el corte de pelo y sonreír mejor para el nuevo inicio. Repasé los últimos años, mis decisiones, mi contexto y para cuando me lavaron el pelo ya había llegado a la conclusión de que todo iba a estar bien. Me salió la mitad de una terapia, me regalaron un café y duró 3 horas más. Le agradecí al peluquero por su servicio y me despedí: Hasta la próxima crisis.