Ser escritor no es tarea fácil. Hay que encerrarse con los demonios y exorcizarlos en papel, usando la tinta como agua bendita. No solo es lograr sacarlos y apagar la mente que critica, sino también la búsqueda posterior e incesante hasta que esos escritos ven la luz.

Entre escritores nos entendemos y nos aconsejamos. Escuchamos a unos y otros. Dando aliento, orientación o crítica constructiva. Eso es esto. Un espacio donde venir a leer cuando necesitas un empujón, una mano o no sentirte solo mientras tecleas aislado del mundo desde algún rincón de tu mente. Cartas entre autores, para autores.

¿Qué hubiera querido saber del amor antes de amar? No sé si eso es posible porque todo llega en el momento que uno lo necesita y puede comprenderlo. Comencé a escribir como impulso o necesidad. Una frase de Sartre me sacó de la indeterminación entre artículos y relatos breves a dar el paso a mi primera novela: “Esos que se excusan de no escribir porque no tienen tiempo.” Lo eximo a él de toda responsabilidad sobre lo que yo hice luego; la responsabilidad es mía. Eso también me lo dejó él muy en claro con su existencialismo.

Años después, un consejo de amigo, del pintor Alberto Thormann, luego de compartir varias copas de buen vino mendocino, me animó en ese desierto que es el camino para hallar una editorial: “Elabora y produce y no te preocupes de que nadie lo quiera publicar. Porque un día alguien te va a pedir que que le muestres lo que tienes y eso tiene que estar disponible en ese momento.” Así lo hice y fui acumulando material que mi familia en parte aceptaba como hobby. Agradezco a los amigos de ese tiempo que siguieron siéndolo pese a que eran conscientes de que corrían el riesgo de recibir varias hojas impresas y luego tener que hablar de ellas. Sí, la adolescencia no siempre se cura con el tiempo. Aclaro que si bien las memorias de la copas de vino compartidas son algo muy grato, no son necesarias para escribir pero podrían ser una buena compañía si alguno así lo prefiere.

Podría mencionar también la oportuna observación que un joven periodista me ofreció espontáneamente en esa época de inseguridades narrativas luego de leer un cuento. “Hay dos obstáculos básicos que todo escritor debe superar: pasar de la idea al texto escrito y luego mostrar lo producido. Y te felicito, porque tú has superado ambos.” Si bien nunca se refirió a la calidad literaria de lo que le había compartido, me dejó en claro dos virtudes que eran necesarias en esta tarea: tesón y descaro. O si se prefiere pasión y audacia.

De todas formas, en esta intimidad pública entre escritores, comparto un descubrimiento inesperado en este oficio de escribir: las obras que generamos nos conectan a otras personas y también nos buscan.

Las obras publicadas han generado oportunidades de encuentros con personas inesperadas que se han transformado en amigos de décadas. A veces esto ha ocurrido por la simple conexión que el libro ofrecía en una presentación o stand de venta; en otras fue a través del mensaje que se transmitía y que nos conectaba pese a no haber coincidido en un lugar físico en común. Quien dude del poder de esto último bien podría revisar la historia entre C. S. Lewis y Joy Gresham.

Y también, de una forma que aún no termino de comprender, las obras nos buscan. Era el año 2005 y deambulaba al azar por las calles de Asunción en Paraguay. Quienes me acompañaban decidieron entrar a un café y al hacerlo tuve este convencimiento: mi novela está aquí, en alguno de esos estantes con libros. Pocos segundos después había dado con ella. Esa había sido mi primera novela, la cual apenas había logrado una exigua difusión y una casi inexistente venta. ¿Qué probabilidades había de que un ejemplar estuviera en otro país, que ese grupo llegara esa tarde a ese lugar y que yo supiera que ella se se encontraba allí? ¿0,001 tal vez?

Dejo como corolario esta advertencia: las obras que has creado te buscarán. Y las que quieren nacer también comenzarán a buscarte. No te preocupes, inevitablemente te encontrarán.

- Daniel R Genovesi

Mi querida,

tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.

No soy escritora. Al menos no considero que lo sea. Es cierto que he escrito mucho, muchísimo a lo largo de mis joviales 57 años, pero siempre desde lo profesional. En mi condición de jefe de operaciones en empresas de salud me ha tocado dirimir múltiples conflictos: pacientes vs. prestadores, prestadores vs. financiador, ¡pacientes vs. su propia familia! Cada caso que además requirió un informe escrito demandó contar una historia. Escuchar a las partes involucradas, comprender los hechos, y por mi personalidad algo perfeccionista (solo algo...), intentar comprender las motivaciones para ser justo con todos.

Por eso mis informes terminaron siendo muy apreciados por aquellos que debían tomar decisiones al respecto. Han ponderado la calidad del vocabulario, el poder de síntesis sin perder el sentido de lo narrado, la capacidad (cuando quise) de ser quirúrgicamente aséptica en la narración.

Tampoco me considero una lectora particularmente voraz. Tengo mis gustos y hasta hace poco una biblioteca de más de 600 volúmenes, todos ellos atesorados por loquísimas razones. Me decanto por la novela negra, el policial nórdico de Äsa Larsson o Henning Mankell, o el fantástico Pierre Lemeitre. El policial negro atornilla mi sacro allí donde haya decidido apoyarlo con un libro en la mano. Persigo además la pluma maravillosa de Pérez Reverte, y los universos alucinados de Stephen King, y las tardes de sol y salmonetes con pasta, con el Montalbano de Camilleri.

Es cierto que disfruto ambas cosas, y en este momento vital me he dado permiso para hacerlo sin demasiados cuestionamientos. Así que si quiero escribir y sumergirme en el universo creado por la febril imaginación de mi amigo Daniel y plasmar sus derroteros en el papel, lo hago. 

Es un disfrute que se logra con esfuerzo, no lo negaré. Pero el secreto es la paciencia. Allí donde hay algo para contar, el tiempo y la disposición lo convoca. Y aquí estoy, expuesta a esos conjuros, que pueden ser deliciosos, oscuros, divertidos, dolorosos.

Solo hay que dejarse sorprender, sin miedo, y lo más importante, sin juicio.

Marisa Marquez

Nueve años tarde en aceptarlo. Me lo pregunto y ni siquiera el miedo tuvo las respuestas.

Le temía a tu inestabilidad. Pensaba que el pánico a querer era recíproco y confirme que eso solo era cosa tuya. Solté de una vez por todas la incertidumbre de la cabeza. Es cierto que nos liberamos de esas tensiones de madrugada y empezamos a confiar en el aroma de la vida. De un día para el otro habíamos dejamos de escondernos y eso nunca me hizo pensar en diferentes sintonías. Destiño en palabras los sentimientos arraigados que me devoran el cuerpo alimentado de lo que no fue. Que te vaya bien, lo mejor. Eso fue algo que nunca dejamos de decirnos y mirando al río fue la última vez.

El silencio nos dejó en lo atónito. Quería levantarme e irme al instante. No pude porque quererte, amarte, sostenerte, fue la enseñanza más osada que transite entre tantas calles de Buenos Aires. Congele mis sentimientos y me aparte de otras chances. No me dejaste decirte más nada. Solo repetías la palabra perdón. Hasta el mozo tardo en traer el pedido y la cuenta. Los vasos llenos, las manos vacías. Me disculpo por no haberte dado un abrazo. Tu miedo a la muerte se contagió del mío constante a perder. Aprovecho para saludar a la amistad. Nunca la negué. Sé que estaba y abrazamos lo imperfecto, enredándonos en miles de conversaciones que guardaron las paredes de tu mono ambiente, el balcón de casa, los bares que te animaste a pisar conmigo. No pude elegir entre tu amistad y el amor. Tuve que enfrentarlo. No logre desvestir las dudas, solo ojos que me miraban empañados.

No quería que te vayas de mi vida. Ahora me toca dejarte ir junto a esas birras y tragos que nos dejaron ser nosotros.

Tuve la valentía de decirte que te amaba. No se que será de nosotros. No puedo saberlo. Eso es futuro y el presente me muestra lo que es. No me atrevo a extrañarte todavía. Ahora ya lo sabes. Somos reales. Somos auténticos. Somos nosotros limpiando el caos de cada herida. No puedo pensar en mirarnos como desconocidos. Me duele no poder conocer tus sentimientos. No me refiero a ninguna reciprocidad porque del rechazo ya aprendí. De eso sí que tuve cátedra. Me destroza el alma esta extraña realidad. Me dijiste que no querías que las cosas cambiaran. Así fue. Seguimos caminando y no pude evitar lanzarme al vacío a gritar lo que sentía. Deje de ser cobarde. Tal vez eso es a lo que no pudiste acostumbrarte. Me hablaste de sanar y no vi el espejo en que quisieras mirarte. Es duro que algo no sea como uno quisiera, pero mas duro es no decir las cosas a tiempo. Ojalá me escuches. Ojalá te encuentres.

Para vos que me quisiste como amiga y no le advertiste nada al corazón.

@manuscritosfugitivos

Escribir me salvó. Escribía para entender, para tratar de explicarle a la razón o al corazón lo que estaba pasando.
Escribir para mí es una puerta al desahogo, nunca lo hice pensando en sacar un libro ni mucho menos. Yo escribo para sanar, para entender, para plasmar mi amor en algún lugar.
Escribo porque hablar se me hace difícil, se me anuda la garganta y siento como las palabras no salen, un fuego me sube, me quema y me nubló, todo lo contrario a cuando estoy escribiendo.
Cuando escribo, mi cabeza navega por mis pensamientos más profundos, me hace recordar sentimientos que en la diaria no tengo presente. Cuando escribo, mi cuerpo se libera, no se tensa, no transpira y se relaja.
Cuando escribo soy yo y mi alma. Y eso me hace entender que mi mejor refugio soy yo.
El desamor, el no entender, el intentar comprender el amor y todo lo que eso conlleva, me invitó a escribir. Me inspiró a sacar todo lo que quedaba en mí. Me animó a florecer.
Para mí publicar un libro fue desnudarme ante personas que no me conocían, mostrarles partes de mí que aún nadie sabía que existían.
 
María Eugenia Tarragona