Por María Carla Genovesi - publicado el 10/7/2024
Nací en 1995, por lo que soy Millennial. Mi generación es la que se encontró con los sueños de la casa inyectados en cada película y cuento que consumimos en los 90s. Es la generación que se enteró a sus 20 que lo de la casa era una idea tan fantástica como la del hada madrina del cuento que le contaban. La que creció con el boom de los divorcios, donde ya empezó a importar un poco menos lo que pensaba la iglesia y más si las personas eran felices donde estaban. Y la que dice que los 30 son los nuevos 20, y que los hijos los dejamos para después.
Entre mis amigas, por ahora ninguna tiene hijos y tampoco están casadas. La mayoría está en pareja, algunas ya conviviendo y con una mascota. Alguna convivió y se separó, ahorrandose lo que en otro momento hubiera sido probablemente un divorcio y el ver la tenencia de algún hijo. Creo que a los Millenials, nos criticaron tanto que empezamos a dudar mucho más de todo. Es como si fueramos por la vida haciendo una prueba piloto de todo, antes de empezar. Y fuera de aletargarnos, nos está preparando mejor.
Hace casi ya dos años, con mi novio adoptamos un perro. Ibamos ya dos años de relación en la que, pandemia de por medio, en vez de una cita terminamos conviviendo por tres meses y mudándonos juntos. En esos meses de convivencia y años que le siguieron, pulimos varias aristas y nos conocimos más. Cada uno traía sus costumbres, sus mañas, sus creencias familiares y de cómo había que llevar una casa. Entre las tantas cosas, a mi me tocó aprender que si había una porción de torta en la heladera, ahora tenía que pensar en otra persona y en dejarle un pedazo, en vez de antojarme y comerla entera viendo algún show en Netflix. A él le tocó acostumbrarse a que los sábados yo necesito tomarme un café y desayunar tranquilos, y en todo caso después empezar a limpiar; y que si empezaba el día fregando para la 1 pm ya no nos hablábamos.
Hoy en día no me imagino la vida sin él. Tenemos un ritmo, costumbres y una perrita llamada Chloe. La primera semana que tuvimos a Chloe, dormía en la cama y sus colmillos perforaban cuanta cosa tocaba. Durante el día era una bola de pelos en siesta perpetua en el sillón, y a la noche usaba toda la energía y los colmillos que clavaba como agujas. La segunda semana ya no sabíamos qué hacer. Habíamos repetido una y otra vez que no muerda, nos poníamos buzos para evitar los mordiscos, y no podíamos ni abrazarnos sin que Chloe se meta,. En una de esas noches mientras Chloe era un remolino de dientes, nos miramos cuestionando si había sido un error. Ya al quinto día de Chloe ladrando incesante porque yo me estaba duchando, empecé a desesperarme. Dejaba una pierna afuera de la ducha para así ver si entendía que no estaba en una pelea a muerte, sino que estaba higienizándome y que iba a ser algo regular. Pasaron los meses, y Chloe cambió los dientes. Aprendimos después de ir cada dos días al veterinario, que había síntomas por los que no valía la pena ir o que ya habíamos aprendido cómo se solucionaban. Chloe no hacía caso a los buzos o las palabras, tanto como lo que un poco de agua en un spray le enseñó que significaba que no podía morder más.
Somos la generación que de la misma manera que Mercado libre permite hacer la devolución dentro de los 30 días de la compra; se permite probar lo que va a ser una relación conviviendo con esa persona, cuidando de una mascota, tomando decisiones en conjunto, antes de comprometerse. En la gran mayoría de nuestra generación, saben exactamente lo que se van a encontrar después del matrimonio y no les toca descubrirlo después del compromiso; porque antes de eso vino el período de prueba de lo que sería ese matrimonio. Los Millennials entendimos que no era necesaria la ruleta rusa de prometer cuidarse y cruzar los dedos de que así sea. Pareciera que entendimos eso de que la gente no cambia, y que para que adivinar, si podemos conocer bien y convivir con la persona con la que decidimos pasar el resto de nuestras vidas. Sumando alguna que otra mascota, a la que llegamos a tratar como hijos, haciendo una práctica progresiva de lo que es que un ser vivo dependa de uno, de repartirse el cuidado y de educarlo. Cierto que también hay muchos que se la pasan de prueba en prueba, pero jamás compran la suscripción.
Aún así, creo que el tener más posibilidades y que cada uno elija lo que quiere termina siendo mejor. En vez de bajar un molde para todos donde cada uno hace lo que puede, y cruza los dedos. Una pequeña práctica para la vida, una ilusión de preparación, que quizás nos ayuda a poder vivir y elegir mejor. Y sino ya vendrán las otras generaciones con más ideas para enfrentar esto que nos toca a todos: vivir.