¨Para ella, el arte era su lugar seguro, un rincón que existía entre su mano y la tela, en la que no necesitaba poner en palabras para arrancarse las memorias que se le atascaban en el pecho. Ahí podía vaciarse en gritos ahogados de explosiones de tinta negra. Del arte como mercado y ese mundillo per se tenía una mirada cínica, pero era su escape, un lugar donde dejar las pesadillas que la perseguían y colgarlas a plena vista, encriptadas, donde nadie sabía leerlas. Confesarse con un sordo, teniendo la seguridad que nadie parecía poder entender los significados de eso que tampoco buscaba explicar.

Había tenido varias parejas a las que terminaba dejando por sentir una falta de conexión y de comprensión. Buscaba un amor que desconocía, pero con una paciencia ínfima y la creencia de que debía estar envasado y listo. Tenía una sed profunda de ser amada con la misma intensidad con la que amaba. En silencio atravesaba un desierto áspero, y lo único que buscaba era sumergirse en un océano profundo. Pero apenas encontraba charcos en el que humedecer las plantas de los pies.

No fue hasta esa frase reveladora y punzante de Antonio que entendió: Ella era la propagación del desierto que mantenía la distancia con el mar que anhelaba.¨

Descarnadamente emocional y real, la autora narra su historia. Está escrita anacrónica, en flashbacks que va llevando al lector entre nueva York, Roma, Buenos Aires y California, persiguiendo a Carla hasta descubrir el secreto que entierra en sus silencios. Una novela sobre el aprender a seguir, las huellas del trauma y la búsqueda de quienes somos. Basados en la vida de la autora, Carla es un personaje complejo que atraviesa relaciones y lugares buscando escapar de un pasado que la persigue.